Mucho antes de tomar consciencia de su papel en el añejamiento y cultura vinera, para mí el corcho simplemente era un tapón que cerraba una botella. Eso era todo.
Perdón, por mi sinceridad, pero creo que los que somos novatos en este campo pensamos igual. Sin embargo, luego de varias entradas leídas por acá y algunas pruebas prácticas, mi conocimiento en este arte-placer se ha ido ampliando un poco más y gracias a ello ahora me doy cuenta que este minúsculo trozo de corteza de alcornoque es algo así como una célula madre que participa en la gestación de un bebé.
La “corcha”, como se le conoce a lo que recubre el tronco de árbol de alcornoque, sirve para protegerlo de incendios, pues sus propiedades poco inflamables impiden que el fuego suba por la planta. En el caso del vino, el corcho más que un “evita-incendios”, se convierte en un “evita-fugas”, defendiendo su contenido de los agentes externos que ponen en riesgo el añejamiento.
En caso de que este proceso de envejecimiento sea superior a los 12 o 15 años, es probable que el corcho no resista a los embates de la edad, por lo que se recomienda “recorchar” la botella para evitar algún daño en las propiedades del tan preciado líquido.
El tamaño sí importa.
En cuanto a tamaños y calidades la cosa también parece tener una relación. Según leí en Internet, los corchos largos bien pulidos y sin aglomerar son característicos de productos de reserva, ya que facilitan el contacto prolongado con el vino. Mientras tanto, los corchos cortos son propios de los vinos de mesa, incluso son fáciles de sacar, sin necesidad de utilizar sacacorchos.
Además, en nuestros días también se pueden encontrar vinos con tapas de rosca, tapones de plástico y corchos aglomerados que están hechos a base de un material granulado y prensado, mucho más contemporáneos y menos sofisticados que los originales.
Un mito frecuente es creer que el olor del corcho puede determinar qué tan bueno será el vino, ya que para ello se debe ir directamente a la fuente original: la copa con el líquido ya servido. Esto es falso debido a que en el corcho se mezclan otros olores que nada tienen que ver con las cualidades de la bebida.
Lo que sí es cierto, es que si el corcho es de buena calidad, solamente estará cubierto de vino la superficie de su borde interior. Si por el contrario, su cuerpo se ha coloreado más allá de la mitad estamos ante un riesgo inminente de que el líquido haya sufrido derrames y que haya estado en contacto con el aire, por lo que el producto podría haber sufrido alguna alteración.
Otro dato curioso a considerar cuando se trata de observar el corcho es el color que adquiere el material al haber estado en contacto con el vino. Si el tapón tiene tonalidades púrpuras, estamos ante un vino tinto joven; mientras que si es rojo teja, rojo castaño o amarronado, se trata de vino tinto de crianza o reserva.
Fuentes:
Katmarce—
Brillante Entrada Katmarce. Y sin el afan de embarrialar la cancha, ahora hay todo un movimiento en la sustitucion del Corcho por tapa rosca. Inclusive hay estudios de corte tecnico que demuestran que los vinos pueden conservarse por mucho mas tiempo con tapa rosca que con el amado trozo de corteza de alcornoque. Para los romanticos como yo, el placer auditivo de descochar el vino nunca podra ser sustituido. Australia esta a la cabeza de ese movimiento donde hasta los vinos insignia vienen en tapa rosca.
ResponderEliminarUna nota mas: De los corchos mas largos usados estan los usados en los vinos Barolo y Barbaresco de la region de Piamonte, Italia. Tanto, que debe de usarse un saca corchos especial.
Interesante entrada!
ResponderEliminarHoy aprendí algo de nuevo. Cuando abra una próxima botella de vino me fijaré en el color del tapón!
Un saludo.